Los dos más grandes
representantes de la literatura Latinoamericana, Gabriel García Márquez y Mario
Vargas Llosa, dos puertas distintas debajo de la soledad. Una que la
escucha y sabe sentarse con ella para que, algún día, pierda el poder de “decidir
—por nosotros— hasta la forma de cómo morir”. La otra entrada —o salida— que también escucha
a la soledad, pero no se sienta con ella; en cambio sí sabe decorarla o reformarla,
hasta que aceptemos, y con gusto, la forma que eligió nuestra muerte.
Cuando leo a Gabo siento y veo a
un grupo de hormigas, sucias o limpias, cómo cargan bolitas de tierra húmeda,
pajitas secas o retazos de hojas, ingenieras del sueño, hasta crear un palacio
o una ciudad de barro, llena de historias que tienen vida propia y que no saben
cómo despertar de la cruda realidad. Cuando
leo a Vargas, sobre todo el de las últimas décadas, veo a las mismas hormigas, pero limpias, con
uniforme, cargando ladrillos y fierros, manejando camionetas 4 x 4; hasta que
decide a grandes pasos la soledad de los insectos, que tienen vida propia y que
el autor los despierta a una realidad paralela. Esa, donde no hay sitio para el
amor en los tiempos del cólera.
Cada lector elige cómo le gusta
que le cuenten las historias; para mí Gabo no solo creó y contó, sino que se
metió en mi sueño y allí jugamos a vivir. Descansa en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario