En un planeta con recalentamiento global, con una salvaje depredación de recursos naturales, con una desnutrición inaceptable y con neoplasias de toda religión o estrato social; en un planeta así es conveniente, es lógico, es inteligente, es humano, que se preserve y se estimule y se opte y se desarrolle más las actividades ecológicas en cambio de las contaminantes.
No se puede destruir la única casa que tenemos y en donde vivimos para comprar estatus. No podemos llamar“inversión” a la destrucción de la vida. La naturaleza no es una mercancía, es obra del universo, del tiempo y es el soporte de toda la vida. Es el existir y no lo podemos matar porque sería suicidarnos. En el sistema político económico de hoy esta idea es una utopía. Tiene que dejar de serlo o como un dado roído, ya redondo, vamos a parar en el hueco de la inmensa sepultura.
En el siguiente reportaje, como una pequeñísima muestra, veremos a los Chaupe (de las alturas de Cajamarca), algo de su estilo de vida y costumbres. La inversión minera quiere eliminarlos de su hábitat ancestral para llevar a cabo su meganegocio. La actividad de los Chaupe —como campesinos— colabora con equilibrio del ecosistema, la minería lo destruye en mediana o gran medida; por lo tanto, es lógico que debemos reducir y controlar las actividades contaminantes y favorecer a todas las que colaboren con el ecosistema. Máxime porque los Chaupe son solo una muestra de las millones de personas en el planeta que viven una similar situación y que se les viola sus derechos. Máxime porque las últimas investigaciones internacionales han concluido que la clave para afrontar los próximos riesgos de la humanidad —en algunas décadas más— está en la agricultura.